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CHIKÓN TOKOSHO

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En mi credo personal caben muchas posibilidades. Me disculpo por plantear algunas como afirmaciones. Ya sea en actitud juguetona o por ganas de expandir mi percepción del mundo, no veo problema en dar nombre o personalidad a las cosas, ni en creer que Huautla tiene un espíritu protector, si así lo dicen los pobladores bajo sus propias reservas. Yo logré percibirlo; aunque, obvio, en eso influyen los honguitos y mi deseo por conectar con la tierra.

Reconozco este pensamiento animista en mi vida cotidiana, en cuanto a que todo podría tener cierto tipo de vida, consciencia o alma, de acuerdo con su nivel vibratorio; por eso me atraen las tradiciones originarias del planeta, en la veneración de sus fuerzas naturales. Ahora se sabe que las plantas se comunican y reaccionan con empatía hacia otros seres vivos, pero yo me voy más lejos, hablándole a mi auto para hacer el esfuerzo de llegar a la gasolinería.

En otro texto, explico que no necesito ver para creer en lo sobrenatural de la vida, o al menos en su posibilidad de existir de manera indescifrable a mi necedad racional. Ahí afirmo, sin ninguna evidencia paranormal, haber tenido un contacto sensible de entidades oscuras y luminosas, y con los dones del curandero. Uno de ellos, mencionado en el post “Ceremonias con honguitos”, es servir de intermediario ante diversos espíritus, como este mítico dueño de la sierra mazateca, Chikón tokosho.

Lo describo un poco en el texto que nombra a Huautla un lugar de ritual, por el sincretismo de sus tradiciones en la vida citadina. Todavía se hacen largas filas para dejarle ofrenda en la cima del Cerro de la Adoración, cada primero de mayo, no sólo porque se pone bueno el día de campo, sino que no está de más llevarla bien con un espíritu benefactor de los pobres. También lo menciono en el post “De indigentes… y locos”, por un viajecito donde me sentí ofreciendo refugio a estos desamparados, en comunión con su energía.

Esa fue la primera vez que percibí su presencia, y curiosamente, fue sólo por fumar ganja. Mi bitácora de viajes con honguitos registra otros cinco casos de contacto. En uno lo defendía de cierta curandera católica, quien le llamaba “cosa del diablo”; dos, fueron para ofrendarle mis trabajos, y en dos, pedí su ayuda para cumplirlos. Me gusta pensar que me escuchó, en varios sentidos. Un día subí al cerro a visitarlo, y cuando pensaba en cuál de las cruces dejar mi ofrenda, una víbora salió detrás de la única de madera, me volteó a ver y cruzó de lado indicándome el lugar, según decidí creerlo.

Chikón significa “güero”, sinónimo de “dueño, señor” por deformación colonial, y tokosho es “cerro” (el de la Adoración, donde reside, es el Nindó tokosho). Así aparece, por como lo han visto, en fina vestimenta y caballo blanco; recorriendo la sierra para ofrecer salud y fortuna a quien trabaje la tierra de manera honrada y respetuosa, según los informes de sus animales. Sin embargo, a veces se pone voluntarioso, secuestra gente perdida en el monte y ningún curandero lo convence de liberar a sus sirvientes.

Mi M. Aurora lo llamaba “compañero”, a veces San Martín, usando hermosos adjetivos en sus rezos; pero era aún más poética al describir a su pareja, la mágica Chjo’nda fee, mujer administradora, la ahorradora, mujer de cabello negro que levanta al enfermo, al herido, al que trae espina. En cada una de nuestras ceremonias, me encomendaba con esta dualidad para tenerles siempre cerca, recibir su protección y ganarme sus favores al compartirlos con los demás.

Hace mucho tiempo, decía ella, el mundo estaba pelón y fue Chikón tokosho quien sembró frutas, maíz, frijol y las flores de café, para luego repartirlo todo desde la sierra hasta la costa entre humanos, animales y demás entidades. Las leyendas lo ubican como el jefe de los chikones, dueños de territorios y montes, de ríos y ojos de agua, quienes deben ser tomados en cuenta para evitar problemas al usar sus lugares; lo cual no aplica a los duendes -La’a-, que siempre resultan latosos.

Poco antes de la pandemia, mi amiga Cleo me llevó a unas comunidades de la zona en una Jornada de salud con Biomagnetismo, y sigo ansioso de poder organizar otra. Cuando atendí en Huautla, corrió la broma de que el Chikón tokosho estaba dando terapia de imanes… y me hizo muy feliz. Ahora, hace unos meses, se me ocurrió ver a mi futón original de algodón comprimido, en su gran capacidad de absorción, como un gentil sanador japonés de nombre Oshi que podría ayudarme, por qué no, a limpiar las emociones durante mis consultas.

Así mismo, en mi animismo, me gusta llamar “compañeros” a mis muvieris de plumas y a la compu donde escribo (dándole un apapacho). Creo en la memoria del agua y la magia de la tierra; en entidades conscientes dentro de las plantas y otras que percibo bajo sus efectos. Creo muy posible que exista un espíritu protector de la sierra mazateca, no como un rubio jinete espectral, sino porque lo vuelve realidad su pueblo, sentí su presencia en mi trabajo y afirmo haber ganado su permiso para conectar con el territorio.

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Curador editorial: Alex Ayala - Diseño y programación: Daniel Botvinik Dbcom - Ilustración: Alejandro Gutierrez "Choco"

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