
LA GANJA CONECTA



La sociedad sería muy distinta si en vez de borracha, fuera pacheca. Disfruto la liberación socializadora del alcohol, pero la mariguana lleva a otro nivel eso de estar en el mismo canal de los demás. Al comenzar a fumarla, dejé de tomar significativamente; luego, al conocerla, comprendí que sus efectos especiales pueden conectarnos más profundo con la gente y nuestro interior, bajo una sugestión similar a la de un acto mágico de mentalismo.
Esta extraña analogía, viene al caso con los posts sobre la magia del peyote para aparecer y ocultarse en el desierto (o durante el viaje), y de cuando los honguitos hablan en su poderoso efecto de ilusionismo. También hace más sentido al saber cómo influye el cannabis en diversos procesos cerebrales, a veces, haciéndote creer que se pueden compartir y leer pensamientos, lograr un mayor control mental o tener ideas geniales como por clarividencia.
En otro texto, y en diferentes términos, mencioné esa conexión humana más profunda desde mi inicio en el uso de sustancias. Me regalaron mota al llegar a SanCris, la compartía con mi carnal Chon y la “comunidad rosa”; abrió mi visión a los contrastes entre la banda, me hizo reevaluar mis relaciones y motivadores de vida. Sacudió mis estructuras para entenderla, desde el cliché de ser entrada a las drogas, hasta su potencial para trabajar la consciencia.
Aunque esta facultad se omite al volverla un vicio, siempre se puede conectar con el espíritu femenino de la planta, a quien describo en un post como mi Maestra -M.- Ganja. Sus enseñanzas se unieron a las de mi M. Mauricio (él sí es real), para entender su seductor enganche hacia el abuso y entre quienes la veneran, sus atisbos espirales o de serpientes conocidos por jazzistas y rastafaris, o la importancia de usarla con intención y no por hábito. En mi caso, para resignificar o sensibilizar, unificar mi mente y sus emociones.
Tanto el alcohol como la yerba, causan efectos especiales de tipo bifásico, o sea que el bienestar de cada persona en dosis bajas se revierte con el exceso. En su estado deseable, el espíritu de uno aturde la mente y activa el cuerpo, mientras el de la otra hace lo contrario. Siempre me dio por filosofar en la peda, pero nunca abrí mi entendimiento como en la grifa. No niego al primero su valor de lubricante social, digo que el letargo de la segunda hace más flexible el origen de las fricciones.
Por eso evito comparar las consecuencias de su abuso y polemizar con mi banda borracha. No obstante, los trastornos del consumo de cannabis sólo afectan entre al 10 y 30 por ciento de usuarios, según distintos estudios; mientras otros demuestran que aumenta el flujo sanguíneo al cerebro y activa cambios en todas sus áreas, especialmente de su hemisferio derecho. Recuerdo a un médico explicándome la típica ansiedad de comer -el monchis-, para recuperar el gasto neuronal de glucosa por tanto pensar pendejadas.
También me acuerdo de curiosas anécdotas pachecas, de esas relacionadas al mentalismo y previas a desarrollar tolerancia. Un amigo alucinó mis ojos separándose entre sí, justo al concentrar mi mirada en él creyendo adivinar lo que estaba pensando. Estallidos de risa grupal incontenible por chistes jamás contados, y asentir diciendo “Seee” en acuerdo con opiniones nunca expresadas. Hubo quien entraba en sugestión hipnótica y claro, varias ideas geniales que pronto se mostraron histéricas, como la de irme a vivir al desierto.
En lo personal, aún enganchado en el hábito, a veces le pido a mi mota conectarme la mente al corazón, para balancear mi juicio personal y ser más asertivo en mis relaciones. Además, a mi edad ya no aguanto el chupe como antes. Prefiero algo que me ayude a sensibilizar, en vez de olvidar; busco más la ocasión de convivir y ya menos la de enfiestar; me sirve más el estímulo para hurgar en mi interior, al que purga por la necesidad de desahogar.
Sin duda, una sociedad pacheca sería distinta a la actual, desde sus necesidades hasta sus consecuencias. Nuestro sistema requiere un efecto de liberación y desahogo pasajero para lubricar sus fricciones, así como prohibir el que abre el entendimiento para profundizar en su filosofía de consumo… o en puras pendejadas. Nunca me niego a unas chelas por el gusto de estar en el mismo canal de la banda, aunque mi rollo introvertido recurra al espíritu femenino de mi M. Ganja, acostumbrado a conectar con su seductora magia mental.




