
LA MAESTRA MUERTE



Habrá quien prefiera no leer este post nomás por el título o la foto, pero ojalá se anime. A pesar de los temores naturales o culturales que nos inculcaron, yo traigo onda con la muerte de nacimiento, en lo filosófico y por un contacto limitado. Debido a eso, no la considero Santa a nivel de culto, sino como Maestra en cuanto a mi experiencia de vida, y más todavía, a partir de mis encuentros con ella a través de los hongos.
“Vamos por partes”, dice el destripador. Mi afinidad viene de nacimiento por la interpretación astrológica que me sugiere tenerla como maestra (mi Sol en Leo sobre la 8ª casa, la de la muerte y las herencias). Además, mi papá tuvo algunas premoniciones funestas y mamá coqueteaba con su imagen diciendo que se iría a bailar con Caronte al partir, un concepto similar al de Carlos Castaneda en eso de danzar en su presencia y de tenerla siempre junto a nuestro lado izquierdo.
La Muerte no es santa, es compañera. En mi caso, con el privilegio de una relación distante. De niño perdí una tortuga japonesa y un perrito atropellado frente a casa, a mi tía y abuela a los veintitantos años, a mi madre a los cuarenta, luego otros familiares y gente cercana como mis maestros curanderos (Aurora y Juan, el mara’akame), y también fui a ver unas autopsias para un proyecto escolar. Nada me causó un trauma determinante, ni he sufrido accidentes, secuestros o amenazas violentas, aunque sí la vi muy cerca en el mar, arrastrado por una corriente.
Mi gusto filosófico por la muerte se cuenta en varios posts de esta Temporada. La menciono en relación a mi contacto con “Lo sobrenatural”, en las “Ceremonias con honguitos” y en los “Viajes iniciáticos” con “Mis Maestros Aurora y Hugo”. Aurora le dedicaba algunos rezos, tenía sus imágenes en un altar especial y me heredó en vida una de sus figuras; y con Hugo tuve la experiencia de asistir el viaje de una ancianita en etapa terminal, vimos a la Parca junto a su lecho y días después logró partir de una manera digna, libre de temores.
La Muerte no es cosa del diablo, sino el arcángel que conecta con la creación. Ya lo dije al hablar de Huautla como un lugar de ritual, y sobre la importancia de los festejos del día de muertos por allá. En ese post (pop-up en la foto), reconozco su carácter universal porque a todos nos alcanza, la respuesta casi milagrosa a las peticiones de sus adeptos y el sincretismo en algunas tradiciones que la adoptan para dar balance a la vida.
Mucha gente la percibe bajo el efecto de los hongos en diferentes maneras; ya sea sensorial o en sus emociones, a través de recuerdos o de entender sus causas, en sentido figurativo o con visiones muy claras. Conocí a una doctora que la vio por la proyección de su reciente trabajo en la morgue; otra chica habló con su hermano difunto y le dijo cosas que se confirmaron meses después; para una de mis ceremonias invoqué la presencia de Aurora y de mi madre, y tres personas confirmaron haberlas visto durante la noche.
Mi limitado contacto físico con la Muerte se amplió a lo sensible en Huautla. Registré unos diez encuentros -ninguno fue un mal viaje (ojo al pop-up)-, entre los cuales pude percibir el cercano deceso de mi abuela paterna, recibí la visita de familiares y espíritus de curanderos, limpié los recuerdos dolorosos de quienes se han ido, sentí habitar la muerte como antesala entre el cielo y el infierno, ayudé a liberar el alma de un joven suicida, y en dos de esos viajes, fallé las pruebas para expandir mi conocimiento por el miedo a enfrentarla.
La máxima prueba de su existencia fue en el viaje 55. Sentí la presencia de un ser iluminado, con la certeza de ser quien ejecuta la voluntad de Dios y trae al mundo su palabra; pregunté su nombre, vino a mi mente la palabra “Azrael” y me reí recordando a Los Pitufos, sin saber entonces que así se llama este arcángel. En una de mis más magníficas visiones, esa noche me reveló cómo murió mi madre, liberada y en paz, porque años antes la encontré en su cama fallecida por un supuesto paro respiratorio.
La muerte no es el fin de la consciencia, es el principio del misterio de vivir. Algo hay de eso en el culto a la Santa Muerte y en otras tradiciones abiertas al sincretismo, por ejemplo, en los ritos protectores y de sanación de mis M. Aurora y LuzFer, brujo negro de Catemaco; la primera le pedía más vida y el segundo invocaba su poder transformador. Por eso me parece ridículo el prejuicio cristiano de ser “cosa del diablo”, como si al negarla pudieran evitarla, y peor cuando la oposición satanizó al gobierno en el debate presidencial, por no entender el meme de las calacas chidas.
Aunque traigo onda con la muerte, no significa santificarla en culto ni invocarla en prácticas al estilo de la santería (también interesantes, pero ajenas). En cambio, creo necesario permitir el aborto y condiciones para un deceso voluntario, tanto como en evitar normalizarla en la violencia feminicida, delincuencial y genocida de nuestros tiempos. Este aspecto negativo se relaciona con la creencia en una “Muerte negra” vinculada con el daño, la hechicería y la protección a quienes procuran el mal.
Reconozco el privilegio de mi limitado contacto con la Muerte, frente al sufrimiento de gente conocida y su normalización en entornos rurales. Aún así, la entiendo más allá del límite de la vida, como símbolo de transformación cotidiana y el fin de las cosas en su forma habitual. Ese podría ser el motivo de verla en un viaje psicotrópico que refleja el terror ante lo desconocido. Aunque me venció el miedo a enfrentarla, agradezco conocerla por su nombre y hasta le hice ofrendas por dejarme sobrevivir a las corrientes del mar.
Si no te animabas a leer y llegaste hasta aquí, te digo por último que, aunque duela, en la muerte no hay nada que temer.




