
VICTORIA Y LUIS



Gracias a un proyecto universitario, una chica fresa descubrió consternada que los niños de la calle en verdad viven solos en las calles, y muchos lo eligen en vez de su entorno familiar. Yo, aunque soy hombre de casa con tendencia al encierro, entiendo bien a quienes prefieren pasarla afuera, e incluso, volverlo un modo de vida. La indigencia me cala en diferentes aspectos, varios de los cuales pude descubrir con más ligereza que la compañerita, gracias a dos increíbles personas en Huautla.
Me referí a ellas en la introducción de esta Temporada y en el post de “La sierra mazateca”, y también toco el tema en otros textos, como en “SanCris: pueblo de locos”, por mi viejo temor al estancamiento intelectual o a terminar vagando con la mente perdida. Escribo ahora sobre cómo su carácter les hizo elegir la situación de calle y a mí, comprender aspectos de su cultura y de mis introyectos: Ella, con una mirada de águila sobre su sociedad, religión y conocimiento; él, por su resistencia ante la vida con una astuta curiosidad de venado.
Hay un post en particular sobre mis reacciones instintivas -entre repulsión y atracción- hacia los indigentes… y los locos. Ahí conté en resumen cuando los conocí. A Victoria en sus 50 años, viviendo en un fuerte de huacales construido junto a la puerta del palacio municipal; a Luis, en pubertad, como pregonando en venta su “maldita soledad” porque a pesar de recoger los balones desviados, los demás niños nunca lo invitaban a jugar.
A Victoria le compraba flores y chicles, y si no tenía mercancía me pedía dinero al pasar. Unas veces la vi rezando y otras, golpeando su cabeza con similar devoción. Desde las primeras pláticas me contó de sus ataques psicóticos, los diversos problemas de medicación, y cómo mandó al carajo a los doctores inútiles, a los sacerdotes metiches y la casa con su hijo adulto, incapaz de comprender su infierno interior ni su revolucionado intelecto.
De Luis me enteré, por chisme de las comerciantes en la plaza, que escapó del pueblo de sus abuelos por maltrato y de pronto era medio canijo con la gente. A mí me dijo que se portaba mejor en Huautla, “poco bien y un poco mal”, a veces para poder pasar la noche en la cárcel con cena y cobija. Intenté convencerlo de asistir al refugio infantil de una conocida, sin embargo, el plan de las clases y labores comunales nomás no le gustó.
Victoria llenaba dos huacales con su biblioteca. La mayor parte de temas religiosos y a veces me enseñaba revistas Muy interesante, libros de autoayuda decentes, novelas y filosofía. La gente me veía raro por platicar con ella y más cuando entraba al fuerte para darle terapia de imanes. Tuvo leves mejoras que no superaron su hipocondría, su plática se concentró en quejarse, insistía en sujetarme la mano y cuando noté que me dejaba cansado, comencé a cambiar mi ruta de regreso a casa. Nunca vi uno de sus ataques, pero me contó que le volvió a dar uno, y me sentí un poco culpable.
Platicar con Luis era algo más eventual y disperso. Evadía mis preguntas con otras de una inquietud ingenua o propias del desenfreno hormonal. Un día se puso a toquetear las piezas en la manta de un artesano, le advirtieron tener cuidado y al rato rompió una; acordamos que yo la pagaría a cambio de lavarme el coche, y aunque se lo recordé dos veces, se hizo bien wey. Tiempo después, fui a recoger a alguien del autobús y lo vi jalando un diablito cargado con basura, pero no atendí el impulso de ayudarle y también me sentí culpable.
Ambos aparecieron en mis viajes con honguitos. A ella le mandaba sanación con Reiki, pidiendo a su gran mente que pusiera de su parte para curarse; y con su imagen trabajé mi impaciencia, el miedo primigenio, los alcances de mi ayuda y a cuidarme de ser vampireado. A él lo puse en brazos de su madre, les eché encima una cobija e invité al refugio imaginario a todos los indigentes de la zona; con su imagen trabajé la idea de adoptarlo, asumir un papel de guía, la responsabilidad de mis privilegios.
Tenemos un amigo en común, quien tuvo un contacto mucho más profundo con el nivel intelectual de una y con el desmadre del otro. Cuando dejé Huautla, Victoria volvió a casa con la condición de retomar sus medicinas y Luis se fue a vivir con el amigo, bajo el convenio de no emborracharse. Nos topamos hace meses y me dijo que ella volvió a salirse, aunque ya no la dejan montar el fuerte, y que él se juntó con una chica mayor y vende cosas en los mercados.
Hace unos años, un buen compa se tiró al desmadre en serio y vivió unos meses bajo un puente. Entre los aspectos de su arrepentimiento, sabe que no sufría de agravantes para ello. No alcanzo a explicar en un post, todo cuanto me cala de la indigencia; pero me sirven estos reflejos, como en su momento la fresita universitaria, exhibiendo la alienación de mi sistema de privilegios. En especial, el de tener una casa, donde me encanta encerrarme y agradezco cada día, porque me permite disfrutar mucho más el salirme de vago.




