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ESPEJO 3: APRENDER DEL CAMINO

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Andar de mochilero por Europa durante un verano universitario, fue un detonador para mi instinto de búsqueda. Siempre me gustó ser pata de perro, pero con cautela de explorar demasiado lejos por temor a perderme o a no poder entenderme con la gente. Quiero narrar este viaje, no por presumirte un regalo de papá, sino por las curiosas experiencias en las que encuentro ciertos reflejos de mis viajes de hongos en Huautla.

Explico mejor esas coincidencias en el texto “Viaje Espejo 3”. En las demás Temporadas hay posts como éste, para contarte los detalles de otros veranos en los que empecé a asumir el gozo de ser yo mismo y a saber enfrentar la vida. Y aquí, sólo comparto unos vagos recuerdos apoyados en fotos, más dirigidos a describir mi desmadre juvenil que el trabajo para lograr comunicarme y entender a otras culturas… o a mi propio compañero de rol.

Mi entrañable amistad con Chente comenzó en la preparatoria, y quizá se mantiene igual por nuestras diferencias de pensamiento. Logramos ponernos de acuerdo en planes, itinerarios e intenciones del viaje, pero convivir todo el día durante más de dos meses resultó un reto de gran aprendizaje en nuestra relación. Llegamos a Madrid para iniciar hablando en nuestro idioma, por lo barato de Iberia y para visitar a la familia que ambos tenemos por allá.

El trayecto fue un tanto impetuoso. Quisimos tocar todos los países del oeste, aunque fuera un día sin conocer a fondo cada lugar. Sólo nos faltó Luxemburgo, pero incluimos Praga, poco antes de dejar de ser la capital de Checoslovaquia. Comenzamos por la Expo Sevilla ’92, recorrimos el sur hasta Italia y Grecia, subimos a Alemania donde recordamos la fecha de la Pamplonada y cruzamos el continente para ir a emborracharnos. Luego regresamos al último punto hacia los países nórdicos, Inglaterra, Francia y de vuelta al norte de España, para pasar unos días por separado con las familias en sus pueblos de veraneo.

Activamos el boleto prepago Eurail Pass, por mañosos, en una fecha de vigencia fácil de alterar en la copia de muestra en los trenes, que a veces tomábamos sólo para pasar la noche. Otros mexicanos hacían lo mismo y, aunque todos fresitas, compartimos cierto orgullo por esta malicia cultural, ubicándonos en los vagones a chiflidos o gritando alguna majadería típica. Por ello y más, en verdad le somos indescifrables a los europeos y quizá, como con el Chente, justo les caemos bien por nuestra muy distinta manera de pensar.

De ahí aprendí que la expresividad supera la barrera del idioma, y por estudiar Comunicación, siempre me interesó poder darme a entender y lograr claridad conmigo. Hubo incontables momentos de confusión entre nosotros, en los trenes, hospedajes y en costos. Chente gastó su comida de dos días en 50 gramitos de chocolates suizos y una vez le llevaron la cuenta de toda la mesa, explicó a la mesera alemana que quería pagar “Sólo lo mío… Lo mío” y ella lo estrujó en sus imponentes brazos cerveceros mientras repetía en tono grave y enternecido: “Mío, mío, mío”.

Los malentendidos son parte esencial del desmadre. Así terminamos durmiendo sobre los casilleros en las estaciones, a orillas del Guadalquivir, en parques públicos o en una casita infantil con resbaladilla. Varios sitios visitados estaban en remodelación, no imaginamos los costos de los museos y fuimos obviamente discriminados en un casino de Mónaco. ¡Qué bueno! Resultó mucho mejor invertir en Eurodisney, en conocer los castillos a lo largo del Rhin o en ir a un insólito concierto de Violent Femmes, Bonnie Raitt y Lou Reed en Berlín.

En cambio, el precio de la cerveza en Praga le permitió a Chente desquitarse y cumplir el sueño de invitar una ronda a todo un bar de barrio, por menos que los pinches chocolatitos. Sólo fumé hachís en aquel concierto y en una fiesta de reggae en Copenhague; ni siquiera aproveché las Coffeeshop de Ámsterdam donde, en su lugar, hallamos una cantina mexicana luego de ver a la réplica de mi amor platónico en una vitrina, cobrando lo de una semana de comidas por su atención.

Pero viajar con en estos grupos mexas espontáneos, igual llamaba suficiente atención. Uno de los muchos convidados de mi amigo en el bar, insistió en que besara a su hija para tomar una foto -la tengo, mas no la publico ¡Jeje!-; también en Praga conocí a una linda chica con quien me seguí escribiendo por más de una década, y en una isla griega, nos juntamos siete paisanos de manera inédita, para derrotar a un equipo de gringos bebiendo cerveza. No obstante, mi mejor ligue fue en el zoológico de Helsinki, por comprar un globo que cautivó a una rubia de cuatro años, y ella a mí, cuando su mirada coqueta me hizo dárselo sin pensar.

Conocer a mi familia y convivir los últimos días de vacaciones en la playa de Cedeira, fue el inicio de otro vínculo entrañable y un reto digno para cerrar el tour etílico. ¡Cómo beben por allá! También fue un descanso mutuo en la relación con Chente, que al volver tomó una natural distancia. Creo que ahora, de repetir la aventura, estaríamos de acuerdo en conocer más a fondo ciertos lugares o medir nuestro desmadre, aunque ya no iría a los toros en Pamplona y yo preferiría visitar la Europa oriental.

Este verano detonó mi instinto explorador, ya que en los siguientes me fui a San Miguel de Allende y la sierra tarahumara, luego a rolar por el país al terminar los estudios, y ahora me gusta llegar cada vez más lejos. Los viajes ilustran porque abren la perspectiva, igualito a los de hongos, para reflejarnos facetas internas o profundizar en las relaciones. Sólo espero encontrar en el camino un buen grupo de banda mexa o cosmopolita, de esos que hacen tan fácil darse a entender y lograr claridad

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Curador editorial: Alex Ayala - Diseño y programación: Daniel Botvinik Dbcom - Ilustración: Alejandro Gutierrez "Choco"

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