top of page
pexels-neil-harrington-photography-11611960_edited.png

ESPEJO 2: ENFRENTAR LA VIDA

T2 T.Cuerpo.jpg
T2 U.Camino.jpg
T2 E2.enfrentar.jpg

Hacer mis prácticas de Servicio Social en una prisión de la sierra tarahumara, no me dejó una experiencia profesional, tanto como la de haber enfrentado mi sistema de privilegios con la realidad de la vida en las comunidades. Aquí te cuento esa historia de once estudiantes fresitas haciendo trabajo de campo entre rarámuris, rancheros y delincuentes, por cuánto refleja mis procesos en el desierto de Potrero.

Para referencias o reflexiones generales, está el post “Viaje Espejo 2”. En cada Temporada hay textos similares a éste, para narrar los meses de verano que me representan el valor de gozar al ser yo mismo y de aprender del camino al recorrerlo. Y en estas líneas, sólo se hilan algunos recuerdos personales con un viejo reporte universitario, porque desde entonces no veo a nadie de esa banda: Cuatro comunicadores, tres diseñadoras, ingeniero, abogada, filósofa y literata.

Varios nos conocimos en el autobús a Parral, Chihuahua, donde alguien nos llevaría hasta Guachochi para quedarnos en el seminario de la iglesia. Pero, por un retraso de camino, no encontramos a nadie; conseguimos un camión de redilas y luego de impensables horas de terracería, llegamos de madrugada a despertar a las monjas. No era momento de instalarnos ni para exigencias juveniles. Nos mandaron al hotel y al día siguiente, ya en la casa, recibimos un buen regaño de la superiora por los desplantes de un torcido concepto de merecimiento.

Las siete mujeres tomaron el cuarto grande, los hombres el otro, y armaron equipos para rotarnos la cocina y la limpieza; el pacheco del grupo prefirió lavar todos los platos, privado en su Walkman, y nadie puso objeción. Por las buenas nos flexibilizamos al compartir, y por las malas, aprendimos a no mezclar cloro con ácido muriático o a medir nuestra relación con la cultura local: Nos visitaba gente para conocer a las chicas, insistían en embriagarnos en los bailes y una noche terminó a golpes en el bar del hotel.

Logramos fama a la segunda semana, cuando la abogada se rapó la cabeza para ir a los juzgados; los niños la siguieron a la casa y en adelante, ellos o algunos funcionarios solían pasar buscando a la Pelona. Los demás estudiantes trabajaban en investigaciones, o en el taller artesanal de la fundación que nos empleó, dedicada a dar ayuda legal a los reclusos de pueblos originarios. Los comunicólogos hicimos un video institucional, del cual guardo horas de escenas en cuatro casetes Hi-8, y varios proyectos con la radiodifusora XETAR del entonces INI -Instituto Nacional Indigenista-.

Entrábamos a la cárcel -CERESO-, con regular frecuencia y vigilancia, para grabar a los artesanos y convivir con los reos. Por vernos tan fresitas, supongo, nunca nos imaginaron compartirles el toque en las celdas, oculto en los muchos bolsillos del equipo fotográfico. Jugábamos voli, básquet, canicas o rayuela; compusimos el corrido del video y lo grabamos en la radio, llevando a los músicos a pie con un guardia desarmado y unas cervezas. Eran Héctor y Calixto, quien solía vivir en Cusárare, a donde fui para leerle una tierna carta a su esposa y a encontrarlo muchos años después.

Con la emisora, hicimos treinta cápsulas que explicaban los artículos constitucionales sobre garantías individuales, en situaciones actuadas por personajes típicos de los pueblos. Fueron tan populares en la región, como la Pelona en Guachochi; incluso, el siríame -gobernador- del diminuto Rohuérachi, nos invitó a tomar tesgüino para conocer al cacique corrupto, don Odilón. Además, dimos unos cursos al personal de la radio sobre lenguaje y edición de video, mientras que ellos nos llevaron a rituales rarámuri y a visitar diferentes comunidades.

Debo transferir esas escenas de los Hi-8 a un post. En cada lugar se pedía permiso para sacar la cámara, porque asistimos a asambleas con autoridades regionales, a sus carreras y danzas rituales, o a cursos impartidos por el INI sobre manejo de basura, recursos e higiene. En un camión de redilas, cruzamos las Barrancas del Cobre, bajamos cerca de Batopilas y subimos hasta Creel, en un viaje de revelaciones increíbles por parte del español que daba las clases en lengua rarámuri, estaba casado con una y era el curandero -owirúame- de su pueblo.

Me enseñó sobre las ceremonias con peyote, los efectos del toloache, el protocolo al pasar la jícara del tesgüino y cómo se cotorreaban de nosotros los rarámuris. Cuento más detalles al respecto, cuando escribo sobre las drogas en el desierto de Potrero y de otros casos como alertas para ubicar mi camino en la vida. Por ejemplo, un fin de semana a Casas Grandes con dos compañeras pidiendo aventón a los traileros; o las aventuras de un amigo traficante, quien presumía la cicatriz de un machetazo, tiraba plomo al aire y me regaló un tambor, que ahora también tiene el cuero rajado.

Aquel reporte universitario, califica la experiencia como los dos meses más intensos de mi vida. En ellos, dije, aprendí a esperar el ride en carretera y a ser recibido en cada lugar, que la precariedad no empobrece el alma ni el sentido del humor, a aceptar favores cuando nacen y la necesidad de simplificar mi lenguaje, o que el tesgüino no embriaga sino altera la conciencia, lo cual me hace sentido con la aparente ligereza de vida en varios aspectos de la cultura rarámuri.

También escribí que no fuimos a salvar a nadie, sino a un trato de iguales con gente en situaciones adversas. Al parecer, no tenía tan clara la profunda confrontación de mis privilegios fresitas con la realidad de los pueblos. Recuerdo haber sido el más terco en asumir el regaño de la monja, pero me arrepentí al darme cuenta dónde estaba, y le ofrecí enseñar básquet en la primaria después de clases. Terminamos llevándonos muy bien, quizá porque su carácter fue un primer reflejo, de lo que aún habría de aprender en el desierto.a

T2 E2.enfrentar.jpg
T2 E2.enfrentar.jpg

Contacto

  • Facebook
  • Instagram

Curador editorial: Alex Ayala - Diseño y programación: Daniel Botvinik Dbcom - Ilustración: Alejandro Gutierrez "Choco"

bottom of page