
LA OSCURIDAD



La oscuridad no es igual a lo negativo, aunque lo negativo habite en la penumbra. En el viaje de hongos se presenta como algo tangible y apreciable, el origen del todo; lo importante es enfrentar la propia, las cosas que ocultamos con mecanismos de defensa, pero también es una oportunidad para entender aquella que nos rodea. El miedo a observarla nos dificulta distinguir lo malo, así como adormecer un dolor impide ver la causa del malestar.
Ya había tocado el tema al escribir de lo sobrenatural, en el plan de nunca haber visto fantasmas o fenómenos paranormales. Tuve la fortuna de una educación esotérica y de libre pensamiento, un Maestro de lo oscuro (brujo de Catemaco), viajes intensos de contacto sensible con entidades, con mi sombra inconsciente y de otra vida dedicado a la magia. Y aclaro que lo esotérico, los brujos, las entidades o alucinaciones raras, tampoco significan algo maligno, sino sólo partes ocultas del conocimiento.
La visión judeocristiana rompió el balance de luz y tiniebla en las tradiciones originarias, obligándolas a esconder sus cultos. Nuestra sociedad anula lo oscuro y nos confunde, para no asumir lo negativo como dualidad en la evolución. Lo malo se vuelve bueno en la política, en la voracidad capitalista, en los hilos que mueven al mundo. Y para no ponerme más dark, mejor te cuento en este post sobre la oscuridad revelada en mis viajes de hongos.
En dos de ellos, los números 12 y 16, comencé a definirla a partir del espacio vacío, donde todo se enfría y disuelve para reintegrarse a la nada en forma de cenizas; es el ácido perfecto, absoluta en sí misma y en constante movimiento. Sentí miedo y compasión por la mala energía que la habita, le canté algo y luego me hundí en su silencio, la respiré y me inundó su paz, cerró mis procesos de limpieza emocional, la atravesé convertido en colibrí y la ocupé toda al volverme gigante.
Una vez me sentí ir hacia atrás en un túnel profundo (Nº 31), donde se iban quedando las cosas que me gustan, las personas queridas, mis comodidades y deseos, hasta verme solo por completo y desnudo en la nada. Otras veces imaginé figuras en las emociones, por ejemplo, la angustia como una sombrilla que todo lo eclipsa; entendí la relación entre la oscuridad y la esencia femenina de gestar y sanar; me encontré en cavernas iniciáticas o en la platónica, donde apenas se perciben proyecciones de la realidad.
En varias ocasiones me topé con mi sombra, esa parte interna que nos negamos a aceptar. Ejemplos contundentes de malos pensamientos, del temor a amar, maneras de hacerme pendejo, las ganas de ser agresivo. En el viaje Nº 47 me dieron un costal con pollos vivos, para soltar mi enojo a patadas; se sintió muy feo, pero me dejó una liberación intensa. En especial, descubrí la fuerza de mi sombra al hacer prácticas frente al espejo, viéndome el rostro transformado en una vejez decrépita, en poder desmesurado, en ira contra el mundo.
Entre las visiones tremendas, recuerdo bajar en un elevador industrial (Nº 35) hasta un campo de realidad desolada, ver figuras indistinguibles entre la penumbra y la tranquilidad de sólo estar de paso para conocer un nivel del infierno. Llegué a imaginar escenas sangrientas y rostros de otros mundos que llenarían de espanto a cualquiera, sin embargo, la oscuridad ya me había preparado para soportar esa carga en su enseñanza.
Desde mi viaje Nº 5, supe que podía invocar la luz para salir de mis torbellinos de neblina o ruido mental. Una vez el honguito me enseñó a seguir las corrientes en la noche como una polilla, y en otra, el diablo me regaló unos cuernitos para poder moverme en las tinieblas. Aprendí a hacerme limpias al regresar de esos delirios de energía densa, a agradecer el trabajo rudo de iluminar la sombra y a respetar a los seres oscuros en su necesidad de existir.
Aunque lo negativo se oculte de la luz, no define a la oscuridad, pero seguro da miedo enfrentarlo. Mi experiencia psicodélica reveló que mis facetas escondidas no eran tan malas, sino indeseables o vergonzantes. Expuso mis demonios en imágenes tremendas y dolores adormecidos, para poderlos disolver en el ácido perfecto de la penumbra donde se limpian las emociones, se sana en silencio y se gesta el renacimiento en su dualidad evolutiva.
La oscuridad no se aprecia hasta que pasa y nos deja mayor claridad. Ese contraste nos completa, como la pena y la alegría, a pesar de nuestra cultura que pretende anular el crecimiento por descubrir lo oculto. No hace falta viajar en hongos para probarlo, basta con el trabajo psicológico para iluminar la sombra o el periodístico que saca a la luz la maldad en el mundo. Lo importante es el aprendizaje porque, a fin de cuentas, todo en su momento habrá de reintegrarse al vacío.




