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MIS RELACIONES

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Temía escribir este post por lo íntimo del tema y su precariedad en mi historia. Aunque estos textos tratan de otros tiempos, algunos tienen curiosas sincronías con procesos internos o cosas cotidianas, que me gusta ver como señales para conducir mi trabajo. En este caso y de nuevo en soltería, me animo a contarte ciertos indicios en mis relaciones juveniles, que guiaron el proceso de asumir y romper barreras para compartir en pareja.

Hay varias referencias en el blog, como en los posts sobre “La banda” y “El tesoro de Jovel”. En ellos, repaso esa historia de afectos breves por inmadurez emocional, un patrón de ligue desatado por fracasos al formalizar, o el objetivo de cambiar mi noción de entrega y compromiso. Y al respecto de las sincronías, los “viajes Espejo” de cada Temporada explican cómo las interpreto en señales, regalos o pruebas; esto, aplicado a lo sentimental, viene en otros textos sobre los regalos del desierto y las pruebas de Huautla.

Fui un chamaco precoz. Comenzando la primaria, tuve una novia porque mi prima se lo pidió por mí y me enamoré en silencio de una pelirroja de otro salón; sin embargo, al entrar en la pubertad, soñé a la mujer de mi vida como una sonriente güerita y no fui popular por ser un nerd, bajito, intenso e izquierdoso. En consecuencia, terminé esperando a que me ligaran por temor al rechazo frecuente de quienes me gustaban, y pasado el tiempo, aún me encanta el cabello rojo y ubiqué en esa rubia ideal un perturbador parecido con mi mamá.

Tuve tres novias de secundaria y la última rompió mi corazón; en la prepa repetí el ciclo de un amor platónico y luego hubo tres durante la Universidad. Fuera de esas, las demás relaciones no llevaron el título. Me ilusioné de aquellas que me preferían como amigo, algunas me usaron para andar con otros, rechacé en mal plan a las que se ilusionaron conmigo y nunca fui partidario del matrimonio. Entre los patrones inquietantes, varias de ellas tenían un nombre iniciado con “M” o problemas de ansiedad, como mi mamá.

Mi timidez fue tomando distancias, en un mecanismo de defensa del tipo coraza. Me hice metalero en un entorno fresa, dejé de salir a bailar y empecé a beber, no era claro en intenciones ni en sentimientos, temía formalizar y, sobre todo, me dio por involucrarme en amores de lejos, que su rima popular califica tan bien. Seis en total y dos por chat sin contacto físico, con los cuales formé cierto talento en el género epistolar… Algunos amigos me pidieron cartas para sus chicas.

No es fácil percibir las señales, cuando uno ejercita sus idioteces. Al terminar un noviazgo universitario, tras un año de visitas a Cuernavaca, me fui a pasar un verano a San Miguel de Allende (uno de los viajes Espejo). Fue una etapa de fantástica fiesta y gente, donde exploré facetas de personalidad en deleite de mi propio ego. Una gran amiga fue indicio de ello, en íntima plática de borrachas, refiriéndose al empeño que me notaba en andar ligando. Poco después, en feliz coincidencia, conocí a una compañera suya de Monterrey e iniciamos una linda relación por correo postal, con eventuales encuentros en SanMike y distancias en lo emocional.

Terminé los estudios, me fui a vivir a Cancún y Mérida, retomamos el contacto y le propuse mudarme a Monterrey para andar en serio; pero ella, en mayor conciencia que yo, pudo ver más claro el diferente rumbo de nuestros caminos. Así es como llegué a San Cristóbal, con mi carencia afectiva dispuesta a repetir el ciclo del ego en un ligue desatado, y a la vez, en la mejor intención de formalizar en dos ocasiones. La primera, con una gringa que prefirió guardar el secreto por tener novio en casa, y la otra, una reciente madre soltera quien de pronto quiso volver con el suyo.

Luego me fui al desierto, a manera de purga sentimental. Tiempo después de volver a la ciudad y tras unos intentos fallidos, conocí la vida en pareja a través de dos bellas relaciones y nuevos reflejos, tanto sobre mis progresos como de patrones y corazas aún por resolver. La primera duró siete años, y me indica una tendencia a deponer mis necesidades ante el papel de proveedor, una masculinidad progresista o de quedar bien. La segunda, con diez años más tres de una pausa intermedia, es muestra de cuánto hace falta aligerar mi personalidad compleja y la intensidad al comunicarme. Entre varias cosas, claro. 

Otra señal en estas relaciones, es que en la primera no se pensó en tener hijos y la segunda, ya tenía tres adolescentes. La paternidad es tema de un post. Ya me es igual el matrimonio y aún me animaría a ser padre, a pesar de mi edad de abuelo, pero todavía recaigo en ciclos de timidez, ilusión o ego desatado; no obstante, son asuntos resueltos la entrega, el compromiso y mayor claridad emocional (ahora, quizá demasiada). Y aunque algunas personas se reconocen en soltería o formando familia, otras nos ubicamos más en pareja, pese al trabajo que nos cueste.

Por ahora, mis procesos y este texto me llevan a seguir atento a las señales, que de pronto coinciden entre memorias y la vida cotidiana. Al tomar perspectiva, son la oportunidad de notar cuando mi palabra resulta incómoda o sale de más, si repito un patrón maternal o al torcer mi intención por la necesidad de agradar. De pronto revivo el despecho al abrirme y quedar como amigo, pero entiendo si por intenso, me han tomado por obsesivo. Incluso a tales indicios, les guardo un recuerdo de tipo poliamoroso, que ojalá me atraiga la sincronía para compartir en pareja, sin las corazas del pasado ni intimidarme ante un cabello bonito.

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Curador editorial: Alex Ayala - Diseño y programación: Daniel Botvinik Dbcom - Ilustración: Alejandro Gutierrez "Choco"

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