
VIAJES INICIÁTICOS



Tengo cargo en la tradición mazateca, porque mi M. Aurora me hizo parte de la familia de chjotá chinej -gente sabia, curanderos-. No era exactamente mi intención, pero recibí con enorme orgullo la posibilidad de obtener, en cinco ceremonias de hongos, su aval para usar algunas de sus técnicas y poder hacer sanaciones rituales con los Santitos. Aquí la historia de esos viajes de iniciación y mis visitas a Huautla para refrendar el compromiso.
De hecho, voy regresando de mi visita anual al escribir estas líneas. En otros posts te cuento más sobre mis Maestros Aurora y Hugo, con sus personalidades complementarias igual a la dualidad de los honguitos, una a los 103 años de edad y el otro al unir la tradición con lo moderno. Y también escribo acerca de su reencuentro, cuando fui a buscar curanderos en la zona, con la intención original de tener alguien que guiara mis experimentos psicodélicos y quizá me enseñara un poco de sus artes curativas.
En resumen, eso me ofreció el curandero don Julián, pero murió un día antes de mi llegada. Hugo me llevó a buscar un suplente y así encontramos a Aurora, quien tiempo atrás lo inició a él y nos ofreció hacer una ceremonia para ver si yo podría obtener el permiso de “poner mi mesa”.
Esto se refiere a montar el altar donde se ejerce el cargo de chinej y las labores de sanación (rezos, limpias, lecturas, amuletos, hierbas, etc.). En otro post te cuento sobre ciertos regalos recibidos, como algunos objetos simbólicos en mi mesa o enseñanzas para ser un sanador, más que curandero tradicional.
Esa primera ceremonia fue a mitad de mayo y apenas conseguimos unos honguitos. Aurora nos mantuvo sentados frente al altar durante la noche y pidió seguir su oración en mazateco; Hugo pudo hacerlo sin problema y sentir un buen efecto, pero yo sólo logré remedarla con balbuceos en un aturdimiento leve sin lograr subir el viaje. La ancianita dirigió sus plegarias a oficializar el cargo de Hugo y en ello, recibió la indicación de guiarme en otros cuatro rituales en los que se iría revelando el mío.
Para la segunda ocasión y las siguientes, me dejó grabar el audio porque así aprendería los rezos y cantos que debía repetir con ella. Tampoco hubo suficientes hongos y comimos bolitas de hierba de San Pedro -picietl, polvo de tabaco con cal- para ayudar al efecto. Vio su mesa hecha de oro en buen augurio por nuestro trabajo y café tirado en el patio indicando envidias por ello. Dijo sentirme como un hermano menor, conectado con el espíritu del cerro, Chikón tokosho, y que ya podía empezar a sanar gente como chinej cua -sabio de palabra-, un abogado ante las divinidades.
La tercera vez llegué con algunos cantos y frases ensayadas, así como con buena cantidad de medicina fresca, los primeros Santitos de la temporada. Me costó trabajo seguir los rezos bajo un efecto más fuerte, mientras ella veía gardenias en su casa, un signo de sanación y de estar a salvo de los enemigos envidiosos. También mencionó haber percibido cuánto me gusta viajar, mi cariño por Nainá -Dios- y que ya podía aplicar limpias junto con mis terapias de Biomagnetismo.
Le llevaba regalitos, comida, insumos rituales (copal, flores, huevo, tabaco…), y para la cuarta noche pidió una veladora a la Santa Muerte, a quien siempre dedicaba unas oraciones. Se había peleado con su bisnieta, así que cambiamos de traductora por una tataranieta adolescente, Ruth, quien se espantó en esa parte del rezo y se durmió temprano, dejándonos en un bello viaje de amistoso entendimiento sin palabras, echando risas, cantitos y limpias entre nosotros. Dijo que ya estaba listo para hacer mis ceremonias, sólo debíamos cerrar el proceso en la siguiente.
Esa quinta noche se volvió un examen profesional, por la fantástica coincidencia de servirle de “segundero” en una ceremonia para su bisnieto y el compadre, incluyendo a las esposas y a la mamá de Ruth en la traducción. Aurora dirigió sus oraciones a ver la causa del problema de dinero, los remedios contra las enfermedades y a regañarlos por sus faltas familiares; me pidió contener al bisnieto, cantarles algo, hacer limpias con tabaco, ramas y plumas, y también rezó para poder otorgarme al día siguiente el bastón del curandero, mi Naxó nguió.
Significa “Flor de descanso”, un regalo en el camino al infierno del sanador. Se trata de un paquete de hoja de palma o papel estraza, más grande a los que sirven de amuletos protectores, con cierto número de semillas de cacao y otros elementos bajo indicaciones específicas para hacerlo, ubicarlo en la mesa y renovarlo como ofrenda de compromiso con el cargo. Desde la muerte de mi querida Maestra, hago este ritual de refrendo ante nuestro “compañero” (así le decía) Chikón tokosho, el dueño de toda la región mazateca.
Voy regresando de esta visita cada 1º de mayo, cuando la gente va al Cerro de la Adoración a ofrendar por sus bendiciones, y de nuevo recibo fantásticas coincidencias. Por ejemplo, el pasado 21 de marzo cumplí la décima peregrinación a Wirikuta y mi ciclo personal en esa tierra sagrada de la nación Wixárika, para enfocarme ahora en mis votos con la medicina sagrada de la tradición mazateca. Allá fui bajo la guía del mara’akame Asención L., y en Huautla me encontré a mi cuate Asunción A., artista originario de un pueblo vecino a donde me llevó para dejar ofrenda a Chjo’nda fee, la dualidad femenina del Chikón tokosho.
Varias cosas similares redondean este inicio de ciclos más propios. Refrendo mi compromiso ante el cargo de chinej con cierta flexibilidad en las formas tradicionales, porque aun cuando no hablo mazateco como Hugo, Aurora también me permitió adaptar el estilo de sus rezos al español y a mis creencias. Hubiera querido aprenderle mucho más, pero me basta su aval para poner mi mesa en adición a la labor de terapeuta y poder usar su medicina para sanar a mi modo con sus profundas enseñanzas.




