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ESPEJO 1: GOZAR AL SER

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El verano que pasé en San Miguel de Allende, fue una etapa de valiosos aprendizajes poco antes de terminar la Universidad. No sólo en los cursos de arte que tomé o por haber cubierto mis gastos, sino en el goce de la fiesta, las amistades y muy divertidas situaciones. Quiero contarte sobre ellas, por cuánto me enseñaron a explorar mi incipiente personalidad juvenil y cómo reflejan lo bien que la pasé en San Cristóbal unos años después.

Estas reflexiones entre ambos periodos, vienen en el post “Viaje Espejo 1”. Cada Temporada del blog tiene un texto que narra otros veranos, en los cuales encontré señales para saber enfrentar la vida y aprender del camino “como venga”. Y aquí van sólo unas anécdotas de mi ensayo de vida independiente; todas, por fortuna, con una dosis de disfrute que me hizo más fácil asumir nuevas responsabilidades, como al reconocer mi confusión en lo vocacional y en las relaciones sentimentales.

Mi amigo Ulises me llevó al pueblo en su auto y ayudó a instalarme en el primer lugar que vimos anunciado en la calle Mesones del centro. Era un cuartito en la azotea de difícil acceso, pero asequible por la renta y un mes en depósito sin aval. Luego me mudé a un depa más bonito, ofrecido por unos parientes lejanos en condiciones muy favorables, aunque me sentí mejor en el otro que pude conseguir bajo mis propios medios.

Mis ahorros alcanzaron para dos talleres en el Centro Cultural El Nigromante (INBAL), que fueron el pretexto en casa para salirme de viaje unos meses. El primero fue de pantomima; lo tomé porque estaba haciendo teatro universitario y ahí conocí a mi amiga Sandra. El segundo fue de alfarería en torno, quizá por influencia sensual de la película Ghost (1990), y en el cual, conocí a mi carnalito Gabor. Y durante largas horas en la cafetería, platiqué con ciertos artistas excéntricos de cuya celebridad quisiera acordarme.

Mis gastos salieron trabajando de mesero en el popular restaurante Tío Lucas. Me llevaba bien con Max, el dueño, al ser cliente desde visitas anteriores por los músicos del lugar. Varios jazzistas gringos, claro, pero recuerdo en especial el virtuoso dueto de guitarra y violín con Gil Gutiérrez y Pedro Cartas. Bajo semejante fondo musical aprendí algunas mañas del giro, a soportar la displicencia de los clientes, la importancia de dar buenas propinas y aprovechaba su distracción para robar papas fritas en la cocina.

Max me presentó con una pareja de viejos teatreros, cuando supo que yo había actuado en la obra que ellos tenían el compromiso de montar en sólo un mes -Pedro y el Capitán, de Mario Benedetti-. La directora eliminó partes de este diálogo y uno de sus cuatro actos, cambió todo mi trabajo escénico y daba indicaciones erráticas en los ensayos que enfurecían a su esposo, ambos en fluctuante estado de ebriedad. Al inicio resultó divertido, mas terminé sintiéndome responsable de controlar sus desplantes para poder cumplir la chamba.

En otro tipo de presentaciones, Sandra y Gabor se hicieron pareja por mi conducto. Por ella, a su vez, conocí a Rosa con quien tuve un romance efímero, la revelación de un estilo de vida libre y una amistad permanente. Tiempo después comencé una linda relación con Tania, a raíz de bailar toda una noche, y se llevó muy bien con Sandra ya que iban en la misma Universidad. Aún guardo cartas de todos. En una, Sandra retoma un regaño de borrachera porque en mi afán de ligar, no era claro en intenciones con su nueva amiga; mientras que Tania, en sus páginas de hermoso estilo literario, deja la enseñanza de permitirme abrir el corazón.

Gabor era el único local y mejor enterado de la vida nocturna; además yo, como mesero, podía entrar fácil a los bares, a las dos discotecas y a veces al club privado El Cielo, donde se reunían sus dueños a echar unas líneas de coca. Una vez me convidaron y no me animé; en cambio compré mota con mi compa, armamos fiesta en el depa, nos corrieron mis parientes y el recuerdo termina entre un grupo escandaloso de camino al antro, atragantándonos con trozos de sandía sin detener el paso ni la risa.

No recuerdo el desmadre por intenso, sino con la soltura de sentirme seguro, igual que en San Cristóbal donde sí conocí las drogas tanto como la realidad de sus excesos. Allá repetí mi patrón de ligue, luego de un intento de formalizar con Tania, pero con más claros indicios sobre la responsabilidad en mis relaciones. Y aunque no seguí en la actuación ni la alfarería, me sirvió la experiencia de mesero, comencé a pulir ámbar en SanCris y luego me hice artesano para subsistir en el desierto bajo el estilo de vida libre de Rosa.

El valor de lo aprendido viene de explorarme, no de su reflexión. Permitirme gozar al ser auténtico en seguridad y libertad, abre un estado que supera las dudas vocacionales, revela patrones aprendidos, atrae la compañía indicada, procura el sustento necesario del corazón y para poder vivir. Quizá por eso me fue fácil cambiar de giro de la comunicación a la salud alternativa, y sigo procurando ese contacto interno para definirme más allá de mi mente o del progreso emocional.

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Curador editorial: Alex Ayala - Diseño y programación: Daniel Botvinik Dbcom - Ilustración: Alejandro Gutierrez "Choco"

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